Paul Farmer es médico y antropólogo cultural. Se ha dedicado a curar pacientes con graves enfermedades en diferentes lugares económicamente deprimidos del mundo. Entre sus pacientes se encuentran haitianos con SIDA detenidos en bases militares norteamericanas, campesinos en Haití y Chiapas, México, víctimas de asonadas militares; también pacientes tuberculosos en cárceles de Rusia, indigentes en Perú y pobres en Estados Unidos. Actualmente es co-director del Programa de Harvard para el tratamiento de enfermedades infecciosas y cambio social.

Su experiencia lo hace reflexionar y revisar las actuales investigaciones sobre derechos humanos. Farmer utiliza el término violencia estructural que influiría sobre la naturaleza y distribución del sufrimiento extremo. El libro es un esfuerzo de este médico antropólogo para explicar cómo es pisoteado el derecho a sobrevivir de las personas en un período histórico de gran riqueza y abundancia. Argumenta que las violaciones a los derechos humanos no son accidentes, no se distribuyen al azar, como tampoco sus efectos sobre la población. Para el autor las violaciones a los derechos humanos son síntomas de patologías más profundas de poder íntimamente ligadas a condiciones sociales que a menudo determinan quiénes sufrirán abusos y quienes estarán protegidos de los mismos. Estas condiciones sociales y sus efectos discriminatorios son el tema de investigación del libro. Por ejemplo, al discutir las privaciones económicas de los ciudadanos en Haití señala que han sido las fuerzas políticas y económicas las que han estructurado el riesgo de padecer sufrimientos extremos, desde el hambre a la tortura y a la violación.

El autor critica el enfoque exclusivamente legal a los derechos humanos y piensa que es necesario un análisis más amplio, ya que las desigualdades sociales basadas sobre raza, etnicidad, género, creencias religiosas y, sobretodo, clase social, constituyen la fuerza motriz detrás de estas violaciones.

Los aspectos legales de los derechos humanos, que focalizan su atención en los derechos civiles y políticos, como también los documentos legales y los estudios eruditos dominan la literatura referente al tema. El movimiento internacional sobre los derechos humanos es esencialmente un fenómeno moderno. Esta preocupación se inicia con los juicios de Nuremberg; luego se crean tribunales internacionales para juzgar los crímenes de guerra en los Balcanes y en Ruanda. Hace cincuenta años se proclama la Declaración Universal de los Derechos Humanos, seguida por cuatro convenciones en Ginebra. Sin embargo no es mucho lo que se ha avanzado. Para el autor el problema radica en que las doctrinas liberales pertinentes a los derechos humanos presuponen que la sociedad moderna disfruta de una igualdad que en realidad no existe. Jon Sobrino, autor de Spirituality of Liberation: Toward Holiness, Maryknoll, N.Y. Orbis Book, concuerda que esta falta de conexión con la realidad es una de las razones por las cuales los discursos provenientes de la visión liberal de los derechos humanos son mirados con suspicacia por sus defensores.

Los antropólogos, que a menudo trabajan en ámbitos de violencia y privación económica, tampoco han contribuido a una mejor comprensión de la dinámica de las violaciones a los derechos humanos. Han descuidado el examen cuidadoso de la violencia estructural y los abusos que inevitablemente engendra. Farmer es tajante al afirmar que hasta ahora, con pocas notables excepciones, médicos y antropólogos han tenido muy poco que contribuir a este campo. El saber académico ha sido territorio de abogados y expertos en jurisdicción; los informes y los documentos han provenido de grupos de iglesias y organizaciones no gubernamentales más que de académicos.

Patologías de Poder es un libro que señala y utiliza estudios de casos para examinar la lucha por los derechos sociales y económicos y su relación con la salud. Uno de los puntos centrales de la investigación de Farmer es que la salud pública, y el acceso a cuidados médicos constituyen derechos civiles. Cita, a manera de ejemplo, la distribución del SIDA y concluye que esta enfermedad es impresionantemente localizada y no se da al azar. Tanto la transmisión del síndrome de inmunodeficiencia adquirida, como los abusos a los derechos humanos, son procesos sociales incrustados en estructuras sociales desiguales que el autor describe como violencia estructural. Habría un traslado considerable entre los grupos de riesgo, porque si una persona corre el riesgo de ser torturada, también está expuesta a ser víctima de otros abuso, que puede asimismo encontrarse en el grupo de riesgo del SIDA compuesto por los pobres y los desamparados.

Es en el contexto de la globalización donde se manifiesta una desigualdad social en aumento junto con la influencia penetrante de los medios transnacionales de comunicación que exponen y exacerban las inequidades sociales. Aquí surge el nuevo campo de la salud y de los derechos. El contexto es particularmente importante cuando se piensa en los derechos sociales y económicos, ya que un análisis del concepto de derecho al desarrollo y sus implicaciones en la época actual, desde principios de los años noventa en adelante, no puede eludir la consideración de los efectos de la globalización sobre la economía y las consecuencias universales de la economía de mercado. Por lo tanto las lealtades deben ser dirigidas principalmente a los pobres y a los vulnerables.

Farmer apunta a que hay que pensar teórica e instrumentalmente. De este modo se descubre que hay una diferencia en el estudio de los derechos humanos entre el análisis y la estrategia. No reconocer esta diferencia ha obstruido las intervenciones diseñadas para preve nir y aliviar las violaciones a los derechos humanos. El análisis permitiría llegar a la verdad y significaría documentar estas violaciones: ¿Quién hizo esto y cuándo?. La estrategia hace otro tipo de pregunta: ¿Qué se puede hacer al respecto?.

La medicina, la salud pública y las ciencias sociales tienen mucho que contribuir a los debates sobre derechos humanos. La mayor contribución se daría al promover una agenda de derechos humanos más amplia, ya que la salud pública y la medicina gozan de mucho prestigio; esta estimación abre muchas puertas y constituye un espacio priviligiado del cual no gozan otras profesiones. El autor piensa que este capital simbólico propio de la medicina no ha sido utilizado en beneficio del trabajo pertinente a los derechos humanos. El escritor Jonathan Mann, en un artículo escrito con Daniel Tarantola señala que el SIDA ha ayudado a catalizar el movimiento moderno de la salud y los derechos humanos más allá del SIDA mismo', porque considera de promover y proteger la salud, y promover y proteger los derechos humanos están inextricablemente conectados (Mann J. y D. Tarantola, 1998 en 'Responding to HIV/AIDS: A Historical Perspective.' Health and Human Rights 2(4): 5-8).

En la nueva agenda para estudiar los derechos humanos propuesta por Farmer, la salud y los procesos curativos constituyen el núcleo simbólico porque aquí convergen lo que es verdaderamente universal: la preocupación por los enfermos. Al mismo tiempo se compromete a la medicina y a la salud pública y a las profesiones relacionadas con la salud, incluyendo las ciencias básicas. Se requieren esfuerzos concertados para incorporar a los profesionales de la salud en actividades de derechos humanos concebidos de manera amplia. Una excepción notable es la reciente iniciativa para el SIDA emprendida por el grupo que se denomina Medicina Por los Derechos Humanos, que insiste que el acceso a la salud y el cuidado de la salud debe considerarse como un derecho humano básico.

Por último Farmer hace un llamado a los investigadores para que produzcan trabajos de excelencia académica sobre la dinámica que se da entre la salud y los derechos, los efectos de la disrupción económica de las guerras y sus efectos sobre la salud de los habitantes. También urge estudiar los efectos patogénicos de las desigualdades sociales, incluyendo el racismo, la desigualdad de género y la creciente brecha entre ricos y pobres.

Las discusiones acerca de los derechos humanos han sido, hasta la fecha, excesivamente legales y teóricos. Pretenden definir los derechos humanos, exigen castigos a los violadores de los mismos por autoridades apropiadas, y tratan de hacer cumplir y respetar los trata dos internacionales. Una mirada desde la salud modifica estas discusiones de modo importante e inexplorado: el derecho a la salud es el derecho social menos debatido. Este enfoque nos alerta que aquellos que se encuentran enfermos y pobres cargan el peso de las violaciones a los derechos humanos.

Ya que las violaciones a los derechos humanos son generalmente síntomas y signos de patologías de poder más profundas, la antropología, la sociología, la historia y la política económica junto a otras disciplinas, tienen un papel fundamental si queremos comprender la mejor manera de proteger estos derechos.

Constituye un problema ético que en el futuro inmediato seis millones de personas moriran de tuberculosis, malaria y SIDA, tres enfermedades tratables que afligen casi exclusivamente a poblaciones sin acceso a tratamientos médicos modernos. Estas muertes son el reflejo de la violencia estructural y debería ser la preocupación central de los defensores de los derechos humanos.