Como lo señala la historiadora Sol Serrano, "el desarrollo de la profesión médica en el siglo XIX fue, tanto en Europa como en el caso de Chile, un modelo del tránsito de un oficio empírico a una profesión moderna, basada en el conocimiento científico". La misma autora agrega que el primer paso para fundar la Medicina moderna en nuestro país fue el de organizar sus estudios, "a través de los cuales el Estado podía definir un curso de acción que lentamente iría incidiendo sobre los demás obstáculos". Estas dificultades, según el Dr. Guillermo C. Blest, eran la escasa consideración social que se otorgaba a los médicos, la "mezquina remuneración" que recibían, y la falta de un "sistema de educación médica".

En 1826, en su opúsculo Observaciones sobre el estado de la medicina en Chile, con la propuesta de un plan para su mejora, el Dr. Blest hacía notar el contraste entre el progreso de la Medicina en Europa y los Estados Unidos, con el "descuido y abatimiento" en que se encontraba en Chile. Agregaba: "En este país el cultivo de la medicina ha sido vergonzosamente olvidado" y luego reiteraba que aquí nada se había descuidado tanto como la educación médica.

De ahí el entusiasmo del Dr. Blest al inaugurar, con la presencia del presidente Joaquín prieto, la primera Escuela de Medicina, el 15 de abril de 1833, y de tener "la honra de abrir las majestuosas puertas de la medicina al público chileno". "Ciencia útil -decía- que nos pone en circunstancias de ser útiles al país".

En noviembre de 1842 se promulga la Ley Orgánica de la Universidad de Chile. Si bien existe continuidad jurídica entre ésta y la antigua Universidad de San Felipe, que había sido fundada en 1738, hay un cambio sustantivo entre una y otra. A pesar de la modernización de los estudios que se intentó en la época de Carlos III, la Universidad de San Felipe siguió arrastrando el peso de las tradiciones escolásticas del período indiano. La de Chile, en cambio, nace con el proyecto de convertirse en una universidad moderna, orientada a responder a las necesidades reales del país.

Al dar las primeras noticias de lo que sería la nueva institución, en el diario El Araucano, en 1842, Andrés Bello señalaba: "No se trata de aquellos establecimientos escolásticos o de ciencias especulativas (...) sin ventajas reales e inmediatas para la sociedad actual (...) Se desea satisfacer, en primer lugar, una de las necesidades que más se han hecho sentir desde que con nuestra emancipación política pudimos abrir la puerta a los conocimientos útiles, echando las bases de un plan general que abrace esos conocimientos, en cuanto alcancen nuestras circunstancias, para propagarlos con fruto en todo el país y conservar y adelantar su enseñanza de un modo fijo y sistematizado, que permita, sin embargo, la adopción progresiva de los nuevos métodos y de los sucesivos adelantos que hagan las ciencias".

Lo mismo que Blest, Bello valora los "conocimientos útiles" o la "ciencia útil". Habla de la adopción progresiva de los nuevos métodos, es decir del método científico experimental en contraposición al escolástico basado en la autoridad del dogma y del razonamiento silogístico. Este nuevo método parece imprescindible para la incorporación permanente de los "sucesivos adelantos que hagan las ciencias". En lugar de los formalismos escolásticos que se practicaban como meros ejercicios intelectuales, a los que Bello califica con cierta dureza: "destinados a fomentar la vanidad de los que buscan un título aparente de suficiencia, sin ventajas reales para la sociedad", lo que se busca es la dimensión instrumental del conocimiento.

En su discurso de Instalación de la Universidad, del 17 de septiembre de 1843, Bello advertía, sin embargo, que "fomentando las aplicaciones prácticas, estoy muy distante de creer que la Universidad adopte por su divisa el mezquino cui bono? y que no aprecie en su justo valor el conocimiento de la naturaleza en todos sus variados departamentos". En el mismo discurso, el gran humanista americano afirmaba que "todas las verdades se tocan", desde aquellas "que formulan el rumbo de los mundos en el piélago del espacio; desde las que determinan las agencias maravillosas de que dependen el movimiento y la vida en el universo de la materia", hasta aquellas "que revelan los fenómenos íntimos del alma en el teatro de la conciencia", y las que sientan las bases de la política, de la moral, y "las que dirigen y fecundan las artes".

Encontramos en estas afirmaciones la antigua idea según la cual todos los fenómenos naturales están íntimamente vinculados, la imagen del mundo natural y humano como un todo coherente, que la ciencia moderna reelaborará en sus grandes esfuerzos de síntesis, como los principios de la termodinámica que eslabonan en la cadena de la causalidad las transformaciones de la materia, o la teoría electromagnética que integra elementos que antes se consideraban separados, como electricidad, magnetismo y luz, o los más contemporáneos intentos de llegar a ecuaciones unificadoras que comprendan desde el nivel cosmológico hasta el cuántico.

Estas ideas ya estaban también en Blest, quien, al realizar algunas observaciones sobre la carrera de Medicina a quienes la habían elegido, recalca la dimensión abarcadora de esta disciplina cuando dice: "La omnipotencia misma de los elementos que nos rodean, el mar y la tierra, y los secretos de la naturaleza, en fin, todos los objetos animados o inanimados del gran universo, son en ella comprendidos".

Bello y Blest agregaban a esta imagen consistente no sólo a la naturaleza, sino también al hombre. Blest les decía a esos primeros alumnos que: "La miseria en todos sus aspectos, la enfermedad en todas sus formas, el estado físico y moral del hombre desde su cuna hasta su sepulcro, forman los interesantes y constantes objetos de su contemplación (de la Medicina)".

Existía entonces, como se ha dicho, en Europa y Chile la aspiración de fundar la Medicina sobre las sólidas bases de la ciencia moderna, que la llevaran a abandonar el empirismo y la superstición con que aún se la asociaba. "O la medicina se hace ciencia natural o no será nada", proclamaba von Helmohltz, y "El verdadero santuario de la ciencia médica es el laboratorio", agregaba Claude Bernard.

En el Chile de la década del 40 del siglo XIX, empeñado en la búsqueda del progreso desde la época del Despotismo Ilustrado, se crearon grandes expectativas en que la Medicina dejara de ser la ciencia eminentemente especulativa que se cultivaba en la Universidad colonial, para convertirse en "ciencia útil": "La Medicina investigará.., las modificaciones peculiares que dan al hombre chileno su clima, sus costumbres, sus alimentos; dictará las reglas de la higiene privada y pública; se desvelará por arrancar a las epidemias el secreto de su germinación y de su actividad devastadora; y hará, en cuanto sea posible, que se difunda a los campos el conocimiento de los medios sencillos de conservar y reparar la salud", dice Bello al establecer el programa de trabajo de cada Facultad en el Discurso de Instalación de la Universidad.

Diecisiete años antes, en sus Observaciones sobre el estado de la medicina... Blest había hecho notar que el poder de una nación no se medía sólo por el número de sus habitantes, ni por su eficacia en tiempos de guerra y felicidad en los de paz, sino también "por el estudio de la salud, siendo necesidad que la preservación de la enfermedad sea confiada a personas calificadas para tomar sobre sí tan importante cargo".

Por otra parte se vincula a la Medicina con el conocimiento integral de la naturaleza y del hombre, y se le señalan imperativos éticos. Blest advertía a sus primeros alumnos que "no podían haber escogido una profesión más extensa, más laboriosa, más llena de obligaciones morales y sociales..."

En la Universidad de Chile se desarrollaron todos estos aspectos: investigación, aplicación del conocimiento, y profesionalización, que incluía no sólo la base científica sino el sentido ético y de servicio.

Junto a la Medicina se desarrollaron la Odontología y las Ciencias Farmacéuticas, que más tarde se radicaron en facultades autónomas. Todas estas disciplinas y las respectivas profesiones han hecho un aporte de primera importancia tanto al conocimiento, como al progreso material del país y a la calidad de vida de sus habitantes. La labor de los profesionales de las áreas médica, odontológica, químico-farmacéutica y bioquímica, crearon una conciencia política que permitió, entre otras cosas, incorporar la salud como un derecho constitucional, en 1925, y luego crear el Estado asistencial que permitió que se hiciera efectivo este derecho, con una vasta legislación sanitaria y con la creación de instituciones que llevaron la cobertura de salud a todo el país.

El mejoramiento de la calidad de vida se manifiesta en índices concretos, como el aumento de las expectativas de vida de los chilenos, o la solución del problema de la desnutrición infantil, así como la erradicación de epidemias y enfermedades endémicas como la malaria, la poliomelitis, la viruela y la tuberculosis. por otra parte, las campañas de prevención han generado mejoras sustantivas en la salud bucal de la población.

Cada una de estas disciplinas tiene sus orígenes míticos o heroicos y sus próceres, sus fundadores y sus grandes figuras, tiene su historia y además una conciencia de su historicidad, la que se conserva en museos y bibliotecas, que se mantienen en las respectivas facultades. La Universidad de Chile, que impulsó el desarrollo de estas disciplinas, gracias al cual pudieron luego formarse facultades y escuelas de otras universidades en Santiago y en regiones, custodia esta tradición en los repositorios señalados.

En el presente número de Anales, hemos querido describir lo más importante del rico patrimonio histórico de las ciencias médicas, odontológicas, químico-farmacéuticas y bioquímicas del país, no sólo como un inventario museológico sino como la conciencia viva de los orígenes y fundamentos sobre los cuales se construye el desarrollo futuro de estas disciplinas.

Así, las facultades biomédicas de nuestra Universidad no sólo han asegurado la salud y la calidad de vida de la población sino que también han contribuido decisivamente al cultivo y desenvolvimiento de las ciencias biológicas en Chile, tales como la Biología General, Celular y Molecular, la Genética, la Fisiología Normal y patológica, la Biofísica, la Farmacología, la Microbiología, etc. Ellas constituyeron las principales iniciadoras y promotoras de la investigación científica en cada una de estas ramas de las ciencias biológicas. La creación de una estable y exigente tradición científica y la formación de un sistema nacional de educación, son sin duda dos de las más grandes contribuciones de la Universidad de Chile al país, logros que impulsaron el progreso médico sanitario y educacional, a través de la aplicación de la ciencia a los problemas médicos nacionales y al desarrollo para el ingreso al siglo XX y sus desafíos. Hoy, la Casa de Bello, fiel a su tradición y vocación de Universidad nacional, identificada con la sociedad a la que debe servir, ingresa al nuevo milenio reafirmando su compromiso con el devenir de las ciencias biomédicas, puestas al servicio del progreso científico y tecnológico y muy especialmente, de la salud de las personas para asegurar su plena realización, aliviándolas del peso de la fragilidad y la caducidad.